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jueves, 21 de julio de 2016

“¿Por qué nadie habla sobre lo bonito que es envejecer?”


«De jóvenes, las mujeres estamos sometidas a mucha presión; hallar un trabajo, ganar dinero, ser madres. Pero a medida que nos hacemos mayores, nos aclaramos.Nadie habla sobre lo maravilloso que es envejecer, no se trata de tener o no arrugas, sino de encontrar nuestra voz».
Isabella Rossellini es presencia. Las manos de la actriz de Terciopelo azul (1986) se mueven al ritmo de su dicción italiana, la sonrisa se tensa y se destensa y su calidez permanece cuando ella ya se ha marchado. 

«En 1982 querían dar un giro, deseaban una firma cohesionada. La solución fue fichar a una modelo para todas sus campañas. Fui la elegida. Mi contrato era de dos años, pero funcionaba como imagen y la colaboración duró 14, algo rarísimo en una época en la que se prefería la novedad y modelos anónimas. Apostar por un mismo rostro conllevó ventajas: las clientas lo consideraron sinónimo de confianza y se volvieron más fieles. Pero cuando cumplí 40, rescindieron el contrato. Las mujeres, me dijeron, soñaban con ser jóvenes. Yo no representaba eso. Cuando me llamaron para ficharme de nuevo, contesté: «Están de broma; ¡tengo 64 años!».

La voz de Isabella es rotunda, pero mece. La mirada brilla cuando habla sobre los derechos de la mujer. 
«En mi familia, el talento de mi madre se consideró una excepción. El mundo tenía otros planes para las chicas de su generación y para las de la mía. Mamma me animó a construir una carrera. Lancôme me la brindó. El contrato me dio seguridad y el dinero, independencia. Me ayudó a osar ser actriz».
Espero que el público se ría tanto como yo. Uno de mis referentes es George Méliès. A finales del siglo XIX y principios del XX, las cámaras eran enormes y decidió dejarlas fijas, con lo que logró un tono cómico. Me siento intimidada por la tecnología, esa técnica me llenó de esperanza; me dije: «Puedo rodar filmes divertidos sin complicaciones». El cine mudo de Buster Keaton fue otra inspiración.

Existe una versión teatral de Green Porno, Bestiaire d’Amour. Langira ha sido un éxito, hemos recorrido 52 ciudades en los dos últimos años, incluida Madrid. Ahora estoy con un nuevo monólogo y a veces pienso en dedicarlo al cine. El teatro requiere que viaje mucho… Para promocionar una película, solo basta con presentarla en algunos festivales.
Siempre me gustó el campo. Y me habría dedicado a esto antes. Con 14 años, me veía dirigiendo documentales. Devoraba los de la BBC y National Geographic. Intenté hacer prácticas en el sector, pero me rechazaron. Entonces apareció la moda, fue una suerte.

De joven no me miraba al espejo y pensaba: «Este material quedaría perfecto en foto». Green Porno es una simbiosis de mi experiencia como actriz y modelo, yo diseñé los trajes de los animales. Y se acerca más a mi identidad. Posar y actuar ayudan a expresar las ideas de otros. Simbolizo las de David Lynch sobre el cine, por ejemplo.

Se cumplen 30 años del estreno de Terciopelo azul, en su momento escandalizó, sobre todo en Italia, donde se comparó con el porno.

David trasciende las tendencias. En su obra, no todo tiene explicación. Solía decirme: «La vida es misterio». Cuando él entra en un cuarto, se pregunta: «¿Por qué existe una atmósfera?». Él se centra en los enigmas. Sus filmes no narran un momento, capturan lo recóndito. Eso no pasa de moda. Terciopelo azul habría impactado hoy.

Su cine jamás me pareció sexual. Usar el cuerpo femenino para excitar era tan común entonces como ahora. Las escenas no se adscribían en esa tradición. Buscábamos imágenes inquietantes, cercanas a la locura. David me contó que un día, volviendo del colegio con su hermano, se cruzaron con una mujer desnuda. Se echó a llorar. No se sintió excitado. Entendió que algo malo había sucedido. Quería retratar ese sentimiento. Aún hoy, la desnudez como sinónimo de violación es impactante. ¡Estamos hartos de tanta sexualidad!

Hace poco afirmaba que Joy, uno de sus últimos proyectos, era feminista porque trata de una mujer que se centra en su carrera. En la mayoría de las películas siempre aparece un príncipe azul que la ayuda… Aquí no. Es moderna.

(...)

Lo que ocurre en cosmética, ocurre en el cine. Lancôme ha elegido a una mujer mayor como imagen porque el mensaje ha cambiado: no todas las féminas quieren ser jóvenes. Esta estrategia inclusiva
no es nueva: entre sus embajadoras cuentan con la actriz africana Lupita Nyong’o o Penélope Cruz, una latina. Al cambio ha contribuido su CEO, una mujer [Françoise Lehmann], que sabe que la mujer no se cuida solo para seducir. Hace 20 años, éramos secretarias. La clave de la paridad en el cine la tiene la distribución. Las películas más taquilleras son de acción. Los espectadores son chicos jóvenes. Cuando cumplimos 30, nosotras dejamos de ir al cine porque toca volver a casa a cuidar a los hijos. Pero con el streaming (Hulu, Netflix) la tendencia ha cambiado. Nunca he trabajado tanto como en los dos últimos años, se ha ampliado el público.

La tele está en peligro de extinción. ¡No estudien para ser programadores! El futuro pasa por ver contenidos cuando se nos antoje. Cuando apareció la televisión en los 50, el cine se hizo más espectacular y los mayores dejaron de ir a las salas. La tele amplió el mercado, pero Internet lo hará más. Las posibilidades son infinitas; se puede ver una serie en el bus. La evolución técnica ha ampliado el abanico.

La fotografía está en el ADN de su familia.

A mi abuelo [padre de Ingrid] le encantaba y mi madre siempre llevaba una cámara en los rodajes. En mi caso, cuando poso, lo que más me gusta es colaborar con el fotógrafo. He trabajado, por fortuna, con los mejores, Bruce Weber, Richard Avedon, Irving Penn, Steven Meisel, Peter Lindbergh. No una, sino muchas veces y de forma íntima. Lo cierto es que contar historias a través de imágenes está en los genes de mi familia.

Fuente: Smoda/EL PAÍS.


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